Por Erika Montecinos, coordinadora Agrupación Rompiendo El Silencio
Columna publicada originalmente en Cooperativa.cl
Hay muchos desafíos para las comunidades LGTBI cuando se desatan emergencias y sobre todo, en crisis de salud pública. De todo ello, se ha escrito bastante. Sin embargo, quiero exponer mi propia experiencia en lo que han sido las crisis sociales y económicas que se han desatado en este país desde el estallido social el pasado 18 de octubre y donde las más invisibilizadas, como era de esperar, son las comunidades LGBTI.
Hoy la pandemia nos obliga al encierro y si bien, para algunes puede ser una oportunidad para revisar su mundo interno o parar un poco ante la vorágine de la vida diaria de consumismo que llevábamos, hay otres donde el encierro se convierte en un calvario.
Les pasa a las mujeres cisgénero que deben obligadamente convivir con un agresor en potencia o deben asumir dobles, hasta triples tareas con el teletrabajo y les hijes de los cuales deben hacerse cargo, muchas veces, revelando que el progresismo de los varones que estuvo tan de moda, se convierten en puro discurso. O las mismas parejas del mismo sexo, que también cargan con problemáticas de violencia y que cuya invisibilidad en este contexto les juega más en contra.
Pero también hay un fenómeno que se ha dado a conocer poco y eso es en las familias de las jóvenes lesbianas, bisexuales, gays y trans que deben obligadamente convivir con quienes les agreden por su forma de sentir o vestir.
La familia que debería ser tu refugio en tiempos de crisis, se convierten para LGTBI en los principales verdugos. Así por ejemplo se comienzan a conocer casos como el de una joven lesbiana amenazada de violación correctiva por su padrastro, o de un joven gay cuya tía y primas con las cuales convive, se burlan de su expresión de género. Realidades que no se consideran en las políticas públicas o si se hacen, se realizan desde el total desconocimiento a las realidades propias de comunidades marginadas.
Es el regreso a un closet obligatorio y asfixiante. Esos jóvenes mencionados necesitan contención, un apoyo y ahí es primordial el trabajo que realizan las organizaciones, porque el Estado de Chile aún no da cabida plena a las personas LGTBI, las invisibiliza, no las muestra o peor aún, cuesta mucho que impulse cambios legales por mejorar sus condiciones de vida. La mayoría de las iniciativas, provienen de las mismas organizaciones de la disidencia sexual.
Es necesario entonces tener una mirada más amplia de aquellas políticas que se llevan a cabo. Países cercanos, como Argentina, incorporan en sus servicios esa mirada, es decir, visibilizan y entienden que la disidencia sexual debe ser considerada con sus propias problemáticas y especificidades (lesbianas tienen realidades muy diferentes a homosexuales).
Por ejemplo, si como Agrupación participamos en iniciativas para hacer frente al COVID, exigimos que las medidas propuestas tengan una mirada interseccional, eso quiere decir que se incluyan en las experiencias y realidades de las mujeres, la clase, la raza, la orientación sexual, la identidad y la expresión de género, porque todas ellas son diferentes y diversas manifestaciones de violencia que no están visibilizadas ni nombradas. Es momento de tomar cartas en el asunto.
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