Artículo publicado originalmente por Romina Reyes en Paula.cl
Cuando dos mujeres eligen criar y prescindir de la figura del padre, se enfrentan al no reconocimiento legal de sus familias, precarizando el vínculo entre la madre no gestante y sus hijas e hijos que, en la realidad chilena, carecen del derecho de conformar familias disidentes.
Annick Durán (27) y Daniela Castillo (33), ambas actrices, están juntas desde 2016. Annick tenía una hija de 6 años de una relación anterior y Daniela se involucró en la crianza de esa niña cuando la pareja decidió vivir junta en abril de 2017. “Fue una decisión bastante orgánica y a partir de entonces comenzamos a compartir la crianza”, cuenta Annick. “En la marcha me di cuenta con un poco de retraso que tenía una familia, con hija y todo. Fue lindo entenderlo y hacerme consciente del rol que tenía y del que quería hacerme cargo”, dice Daniela.
La lesbomaternidad, como parte del espectro de las familias disidentes, se da cuando hay dos madres que son pareja y que ejercen una co crianza de hijos o hijas que han sido concebidos dentro de esa relación de pareja, recurriendo a métodos de fertilización asistida o bien hijas o hijos de relaciones anteriores, ofreciendo una versión lésbica de las familias reconstituidas, el modelo clásico de “los tuyos, los míos, los nuestros”.
Annick y Daniela comparten la crianza de forma equitativa, aunque Daniela se concibe a sí misma como una “segunda madre” por haber llegado después a la vida de su hija. “Lo veo en relación a no haberla parido y conocerla desde los 6 años. En lo demás es bien parecido; la crío, la educo, le muestro mi manera de ver las cosas”, dice Daniela. “Cuesta llegar a ese equilibrio”, opina Annick. “Porque claro, yo la parí, pero Dani ha tenido que asumir varias responsabilidades. Y es por eso que a los ojos de Paski las dos somos sus mamás”.
Derecho a tener dos mamás
Karin Ávila (35) trabaja en el área de veterinaria. Tiene un AUC con Solange y una hija de 7 años, que tuvieron por un donante. “Mi madre nunca pensó que iba a ser abuela y la familia de mi pareja enfrentó que su hija estuviera saliendo del clóset y además iba a ser mamá, lo que hizo el proceso un poco más complicado. Costó que entendieran que nosotras dos nos haríamos cargo de ella, que no había nadie más”, dice.
Karin cuenta que estando embarazada sintió los prejuicios hacia las madres lesbianas. “Como se presume que no vas a ser mamá, estando embarazada sentía siempre las miradas del resto. Además, era común que me preguntaran por qué me había embarazado si era lesbiana”, cuenta. Además, una vez nacida su hija, le ha tocado defender y reafirmar la existencia de su pareja como madre de la niña. “La pregunta que se repite es quién la tuvo. Y eso es frustrante, porque aunque puede no ser la intención, discriminan a mi pareja y ambas nos sentimos pasadas a llevar”.
El estudio Ser lesbiana en Chile (2018), de la agrupación Rompiendo el silencio, muestra que un 15,11% de las encuestadas declara tener hijos. De esa cifra, un 73,33% son hijos de relaciones heterosexuales anteriores; el 18,33% son hijos de fertilización asistida; el 5,0% son producto de un donante conocido y un 1,66% de un donante anónimo. Pese a esta realidad, el AUC ignora los derechos de filiación de los hijos e hijas de las familias de la diversidad sexual, dejándolos en una situación que no reconoce su realidad. Sin ir más lejos, las madres lesbianas con AUC que inscriben a sus hijos aparecen legalmente como madres solteras.
“Tenemos una unión civil que no habla del derecho de filiación, que deja en desprotección a nuestros hijos. Pero los hijos de familias disidentes ¿no son hijos? ¿Dejan de ser hijos porque sus mamás no somos heterosexuales? Claro que no”, comenta Claudia Amigo, cofundadora de la agrupación Familia es Familia, la que el 2016 junto a Corporación Humanas y a las agrupaciones lesbofeministas Visibles y Rompiendo el silencio, presentaron un proyecto de ley que busca regular la filiación de hijas e hijos de familias disidentes.
El proyecto otorga derechos de filiación a tres realidades de familias: hijos e hijas que nacen de técnicas de reproducción asistida (inseminación artificial, por ejemplo), quienes actualmente solo se encuentran legalmente vinculados a madres o padres gestantes; hijos de familias reconstituidas que no pueden ser reconocidos voluntariamente por sus madres o padres de crianza (siempre y cuando no exista un reconocimiento anterior); y, por último, otorgar derecho de adopción a las parejas que hayan contraído AUC.
Este proyecto plantea que los derechos de filiación deben otorgarse a las hijas e hijos sin exigirle a las parejas que deban contraer matrimonio para poder reconocerles. Y es que el no reconocimiento legal de las familias disidentes redunda en que la madre de crianza, que no dio a luz, no exista para el Estado. De hecho, en 2015 hubo un caso emblemático: Valeska Silva pasó 8 meses en tribunales peleando por la tuición de su hija, luego de que su pareja y madre biológica de la menor falleciera producto de un cáncer fulminante. Silva finalmente consiguió la tuición compartida con los abuelos de la niña.
Karin cree que ser una familia lesbomaternal implica una visibilización como lesbiana en todos los espacios que habitan esos niños y niñas. “Salir del clóset es difícil, pero esto es otro mundo, ya que no puedes esconder a tu pareja ni mentirle a tu hijo”, dice. “Ser una mamá lesbiana significa desde siempre hablarle a los niños con la verdad, explicarles quién eres y por qué quisiste tenerlos. Nosotras llevamos juntas a nuestra hija a los controles médicos y al colegio, así que no hay espacio para mentirle a la profesora ni a los apoderados”.
“Es potente ser una familia compuesta por dos madres”, agrega Daniela Castillo, “porque aún es un tema controversial a nivel social y eso, de cierta manera, le da una fuerza y autenticidad a nuestra familia. Y es que en sí misma representa romper con un tabú. Entre nosotras hablamos todo, no tenemos pelos en la lengua. Y eso es muy bonito”.
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